Miro
cochecitos para arriba y para abajo, mamás poniendo caras de locas para hacer reír a sus hijos, bebés
abrigados contra el duro invierno; llevan sacos, guantes, gorros, bufandas.
Busco a Nico en la guarde, o lo llevo, lo mismo da, las madres quitan con
paciencia las ropas de invierno de los pequeños. A veces en las tardes, como
están alborotados, se ponen a correr cuando los vienen a buscar sin hacer mucho caso, entonces el padre/madre,
sin un solo grito o amedrentamiento, espera pacientemente que el niño vaya
hacia ellos, este tiempo suele durar unos 3 minutos, entonces dicen una palabra
firme, que apenas entiendo y el niño sin chistar se acerca para ser vestido y
salir de la guardería.
Cuando
voy a los parques, me suelo encontrar un montón de niños que juegan con ayuda
de padres vigilantes, que hacen preguntas, explican cosas. La mayoría está
preparada para que si el niño tiene sed sea satisfecho, si tiene hambre,
también.
Los niños
alemanes son poco espontáneos, a veces un poco egoístas con sus cosas, no
suelen ser demasiado zalameros con los extraños, ni extrovertidos, ni
preguntones, han sido programados por esta cultura, se están preparando en ella
para ser políticamente correctos. Un día vi en el tranvía cómo a una niña se le derramaba el jugo de naranja que había traído de su casa y sus amigas, en vez de
burlarse de ella, mofándose por un acto que resultaba evidentemente embarazoso,
buscaban toallitas y pañuelos para limpiar sus zapatos, su chaqueta y su
pantalón lleno de jugo. No pude contener la emoción cuando, habiendo terminado
este acto de higiene, le preguntaron a la niña, “¿Estás bien?”, Y sentí
una bofetada de injusticia en mi cara, me dieron ganas de llorar, porque recordé
mi absurda infancia, mi sufrimiento que ha dejado unas profundas marcas en mí
por las burlas y las torturas que recibí durante años, solo porque un día se me
había derramado un similar jugo de naranja en mis regazos.
Allí entendí que esta era una cultura distinta,
que había recibido, evidentemente, una muy dura lección; que se había preparado
con mucho sacrificio para ser lo que es. Siempre es, desde luego, más divertido
burlarse de los demás, criticarles, arremeter contra el otro faltándole el respeto,
rebajando su dignidad, el agresor se siente superior en inteligencia y fuerza,
entonces él gana, en parte.
Tengo
dos años en Alemania y lo que más lamento profundamente es no haber venido
antes. Me hubiese gustado aprender alemán a los 15 años, por ejemplo, estudiar
en una buena universidad alemana, poder optar, con más chance a un buen
trabajo. Porque este país, para empezar, cuida con muchísimo esmero a los niños. Son
una especie de reliquia que debe ser preservada y bien conducida y me parece
admirable que sea así, porque dentro de 10 años y 20 y siempre, tendrán una
sociedad respetuosa, trabajadora, disciplinada, pacífica. Tal vez no sea la
sociedad más divertida, ocurrente, y la que
se la pasa mejor en el mundo, pero tendrán algo que ellos valoran y creo que la
mayoría del mundo también (ya que veo aquí a inmigrantes de todas partes); cierta seguridad, respuestas a sus problemas,
profesionales que sabrán hacer su trabajo
cuando se les necesite, sin intentar joder a nadie.
Ellos
saben que no joder a nadie es una ganancia ¿Quién cree que los alemanes son pendejos? Los beneficios
de aquellos vivos (jodedores de los demás) son pocos comparados con las devastadoras
consecuencias.
Mi país
vive a diario los efectos de esos vivos. Mi país eligió ser así, chévere,
quítate tú que me pongo yo, dame el carguito, cobro sin trabajar, te mato, te asalto,
te violo, me llevo la comisión, cuánto
hay pa’eso, qué trabaje otro, y así me burlo del otro, de su dolor, de sus
problemas, me da igual su enfermedad,
porque al final me terminan jalando bolas y eso me gusta. Sin mencionar que tuvimos, como un estandarte idolatrado, al vivo- astuto-gigante en vileza
mayor, que estuvo en el poder 14 años
haciendo cualquier bajeza posible, destruyendo todo lo que antes quedaba,para ganar alabanzas falsas, poder y dinero. Qué zamarro nuestro ex presidente. Y estuvo allí hasta la muerte.
Y qué pendejos somos, en verdad, quien haya
vivido en un país como Alemania, quien haya intentado observar día tras día como
he hecho yo su cultura y la forma que tienen de comportarse, quien haga una
simple comparación de nuestra cotidianidad, cómoda, simple, agradable, eso sí,
siempre trabajando y siendo responsables, se dará cuenta que al final
trabajamos menos que los que viven en Venezuela. Y me digo todos los días, como
venezolana, que hemos sido solo unos pobres pendejos.
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Javi