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Mostrando las entradas de septiembre, 2007

VIVIR EN VENEZUELA

Tal vez todos debimos escribir muchas cosas que no escribimos, debimos decir y debimos sobre todo “hacer”. Es innegable que actualmente vivir en Venezuela se ha vuelto un desafío a la calma, la serenidad y el sosiego. Siento como buena venezolana la falta de libertad moral, física, psicológica y ética. No es justo, no : estar todo el día pendiente de las puertas, postigos, cerrojos, el estado de las rejas, las personas que tienes al lado, delante, la actitud conveniente ante alguien amenazante, el alejamiento de cualquier lugar peligroso, la incómoda sensación de estar ante un peligro real y latente ¿La cantidad de gente que muere en las calles? No la entiendo, de ninguna manera la puedo entender, y tampoco, por decir algo, puedo procesar la cotidiana situación del “ajuste de cuentas”, “murió a manos del hampa”, “víctima de la inseguridad” estas etiquetas vergonzosas que buscan alejar de la manera más olímpica a estos hechos usuales de la categoría de inseguridad. No entiendo la i

No puedo leer

Teniendo enfrente el libro, las condiciones ideales para echarle un vistazo y pasar mis ojos por sus letras, líneas, ideas y sensaciones me he dado cuenta que no puedo concentrarme. Tal vez haya puesto un título erróneo, pero es que es así. He sorteado toda una suerte de posibilidades y concluyo que puede ser una combinación del tipo de lectura que me he impuesto y mi propio estado espiritual y mental. Quisiera hacerlo, quisiera concentrarme y no puedo. Hay pocas cosas tan frustrantres como esas. EL libro en cuestión, mi víctima, se llama YO EL SUPREMO de Augusto Roa Bastos, e intento seguir, continuar, pero mientras leo me doy cuenta que empiezo a pensar en otras cosas, que no me voy con la lectura, que ella no me lleva como yo quisiera. He optado por elegir entonces otro libro, un poco más amable y menos denso, puesto que ya estoy a punto de hacer lo que pocas veces hago: dejar un libro por la mitad. El segundo elegido es "Los vagabundos del Dharma", de Jack Keruac; siempre

CONTINUACIÓN DEL CUENTO

Los quejidos de la niña se escuchaban generalmente por las mañanas. El hombre había estudiado durante una semana los movimientos de la casa. La mujer salía presurosa, con los ojos enrojecidos, jadeante; era una mujer alta y fornida. Una noche, el hombre escuchó susurros en el pasillo, estaba impaciente, era la madre, la niña nunca estaba sola. El hombre empezó a estudiar los movimientos del apatamento de la niña. En la noche todo se calmaba y el hombre aprovechaba para acercarse al pasillo y posarse frente a la puerta. Por la tarde la madre traía medicinas, el hombre la observaba desde el ojo mágico de su departamento. El padre no vivía con ellas, pero las visitaba a diario. Se le veía triste, ausente. El hombre sintió que el tiempo de la niña se acababa y decidió no esperar más. Se presentó ante la madre y preguntó tímidamente por la salud de la enferma. La familia lo recibió triste pero amable, le dieron una tasa de café con leche y le contaron cosas sobre la enfermedad de la niña. E