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Mostrando las entradas de abril, 2007

Continuación del libro mágico. 3era entrega.

Después de respirar varias veces el hombre se dispuso a subir. Sus pies resbalaban por las piedras, apenas sobresalientes del paredón, mientras sus manos se aferraban cual garras a los pequeños relieves superiores. Sudaba y sentía el correr de su sangre apresurada. Un paso. No había escapatoria, tenía que seguir. El esfuerzo lo retorcía, renunciaba y reanudaba la empresa constantemente. A cada instante estaba más cerca de la meta. Sus manos se llenaban de esa cal mohosa que había predicho en sus desvariados deseos por conseguir el trofeo prometido. Por un momento desistió. Deslizó las uñas de sus pies apenas unos milímetros, un tumulto de rocas rodó hasta dar con el suelo. El hombre escuchó el sonido del golpe. Volvió a apoyar sus pulgares en un montoncito escarpado y se aferró mucho más con sus manos. Un aullido de tigre cantaba en su mente, nacía y se ondulaba con el correr del tiempo, acompasándose poco a poco. El canto desfilaba en medio de su furia frenética, era un rugir y una ma

Ya nadie quiere leer

Vivo en una ciudad que se llama Cumaná, está en el oriente del país, en el Edo. Sucre, Venezuela. Cada día, a medida que pasa el tiempo, me empiezo a sentir cada vez más sola. Salgo al centro de la ciudad, camino por las calles abarrotadas de buhoneros, vendedores de CD compactos copiados, sentados al lado de esas cajas sonoras que emiten aireadamente esa contaminación sónica que me enloquece. Sólo reaggeton, sólo vallenato, nunca escucharás, jamás, un nocturno de Chopin, o algunos de los allegros de Vivaldi. Me topo con gente desaseada, con indigentes, y una vez, por casualidad, me encontré de frente con un tipo que me sacó un arma diciéndome que me iba a atracar y que le diera todo lo que tenía. Le pregunté qué le pasaba y se fue sin mayor explicación, con una sonrisita perversa. Es bueno escuchar a todo el mundo, lo sé, pero muchas veces sostengo conversaciones con gente que sólo puede decir cosas soeces, vulgares, llenas de carcajadas obscenas que buscan recalcar la banalidad de l

Ahora sí, corrección y adelanto de "El libro mágico"

La versión de un apócrifo libro de mutaciones corporales ha caído en manos de un oscuro personaje, un hombre excesivamente tímido, indiligente, anónimo. Se sabe que es peligroso porque, secretamente, el narrador tierno que cuenta esta historia conoce su pasado. No vamos a decir qué es lo que hay detrás de su vida porque eso no nos importa en estos momentos. El libro vino a parar en su poder después de haber sido dado a la venta en un mercado de pulgas. El hombre tomó el libro, le acarició el lomo viejo y desteñido, rozó las páginas con sus dedos; al principio sin ningún fin, luego, con una tenebrosa motivación. Después de pagarle al gordo pelirrojo y fastidiado que lo tenía en venta, lo tomó entre sus manos (ya sabiéndolo suyo) y lo llevó a su casa sin siquiera otorgarle una escueta mirada. Aquella noche encendió la lámpara de su mesa de estudio y leyó las primeras páginas. Se exponían las recetas más extravagantes para cambiar de sexo, de cuerpo y de mente con arc

¿Cómo construyo mi cuento? Explicación

Un experimento. No sé qué salga de este cuento pero es un experimento. Las anteriores entregas eran un engaño, de ninguna manera pretenden ser un producto acabado. He querido, a través de esta prueba de ensayo y error hacer público mi intento de escribir. En realidad no pienso que haya escrito nada interesante y valioso. Tengo problemas de atención, por lo que se me hace sumamente difícil cuidar los detalles en la escritura, cosa que me ha traído numerosos problemas en mis tesinas, mis trabajos y mis exámenes en la universidad. Siempre me han puesto buenas notas no sin antes advertirme mis numerosos errores formales, descuidos, impertinencias y olvidos. Creo que por concentrarme siempre en las historias de los libros que leo, sólo en ellas, había olvidado darme cuenta de cómo se escribían las palabras, las oraciones, los párrafos. Hace cosa de unos pocos años ( por haber estudiado la carrera que estudié) me empecé a fijar en la formalidad, descubrí como una niña que crece los nuevos se

¿por qué los perros son más felices que nosotros?

Tengo que hacer una aclaratoria muy importante antes de empezar esta cadena de pensamientos discursivos: los perros únicamente no son más felices; también los gatos, los chivos, las lombrices, los cuervos, las palomas, los leones, los loros, los mandriles, los dinosaurios (en su tiempo, claro), y pare usted de contar a toda la especie animal (al menos, por lo que respecta a esta entrada). Ahora leo una novela de Juan Carlos Onetti que se titula "Cuando ya no importe"; la historia es apacible pero atróz, inmensa; y devela una profundidad que va más allá del discurso, de la ficción y de todo lo que está alrededor. Las palabras de Onetti (y esto es muy suyo) se expanden mucho después de haberse extinguido en el transcurrir del lector; ya nada vuelve a ser lo mismo cuando el silencio le sigue a la palabra, como diría Braudillard. Nada vuelve a ser lo mismo cuando leemos a Onetti. Tal vez cruel, real como una bofetada, Onetti nos transforma sin querer a medida que leemos sus novel

CONTINUACIÓN DEL LIBRO MÁGICO (ENTREGA 2)

Al menos, los primeros requisitos podía cumplirlos. Debía en primer lugar escalar un alto muro. Éste debía ser mayor de cinco metros. El hombre buscó en su memoria dónde podía haber un muro cercano con esas características. No lo hallaba. Pensó de pronto en aquél bar donde todo era verde: las paredes, las sillas, las mesas, las botellas, el traje del barman, el de las camareras, el piso, los baños. Allí había conocido a un hombre muy bien vestido y gordo que le había hablado de un muro muy alto que no había podido saltar. Le había contado la aventura; él y sus amigos cuando eran muy jóvenes se habían decidido por brincar aquél muro para probar su valentía. Pero la fuerte estructura de cemento los había vencido, no sin antes dejarles a todos ellos costillas rotas, muñecas fracturadas, brazos escayolados. El hombre pensó entonces que él si podría saltarlo, esta vez sí. Buscó en su memoria las señales geográficas que él hombre gordo del bar le había dado en aquél momento. Recordó que esta