¿Por qué robas, infeliz?
Y no ves la inútil cadena que te enlaza a ti con el asco del mundo. La corrupción de un país como el mío, donde los presidentes son capaces de hacer un teatro del tamaño del cielo, y la vida se escuece, y personas que no han hecho nada, se ensartan y se revuelven en sus propias miserias, reclamándose cosas que no hicieron, pero la realidad es inapelable y la vida no la puedes redimir, la vida es rebelde con tu corazón, y te hace bajar la cabeza, siempre.
Tú robas, ok, y entonces empieza una cadena infinita que no termina nunca, se enlaza, se revuelve y todo empieza a desmoronarse, a erocionarse. Las casas se rompen y ya nadie enseña a nadie, no es importante ser bueno, no es importante ahora pero sí lo era antes, antes de que robaras, de que tu ambición te llevara impávido por los caminos de la indiferencia hacia el prójimo.
Entonces, de manera imperceptible (porque al robar, te rodeas entre muelles, fortalezas, escudos, almohadas y castillos de aire de comodidad) adviertes que algo en tu entorno no cuadra, que ya, claro, tienes muchas cosas, que no te merecías, pero algo empieza a picarte, tus conductos internos son surcados por hormiguitas que bailan tu música, pero te pican.
Entonces tienes que hacer castillos más grandes y solicitar un sitio, un hueco en aquellos lugares donde la gente no roba, porque es allí donde las cosas funcionan. No te gusta aquello que ofreces a los demás para ti mismo, te gusta estar y rodearte de cosas que se hacen con justicia, con dedicación, con esmero. Jamás vivirías en aquellos sitios que tú mismo desgastaste, tú mismo destruiste y ahora son infiernos, llamas, vegetaciones de espinas que lanzan metal y fuegos rápidos, no subes escalinatas donde de pronto puedan haber personas que creen que la vida suya y la tuya no valen nada, y no valen porque al robar, infeliz, lo devaluaste todo, no solo el billete con el que pagas al tipo que te cuida de la gente como tú, también a la gente con la que hablas, las calles por donde pasas, la patria en la que naciste, el paisaje, la vegetación, los techos de las casas, la comida que te comes, todo vale menos o nada, por ti.
Y lo peor es que has despertado una siniestra energía que hace a todo el mundo ser como tú.
Y no ves la inútil cadena que te enlaza a ti con el asco del mundo. La corrupción de un país como el mío, donde los presidentes son capaces de hacer un teatro del tamaño del cielo, y la vida se escuece, y personas que no han hecho nada, se ensartan y se revuelven en sus propias miserias, reclamándose cosas que no hicieron, pero la realidad es inapelable y la vida no la puedes redimir, la vida es rebelde con tu corazón, y te hace bajar la cabeza, siempre.
Tú robas, ok, y entonces empieza una cadena infinita que no termina nunca, se enlaza, se revuelve y todo empieza a desmoronarse, a erocionarse. Las casas se rompen y ya nadie enseña a nadie, no es importante ser bueno, no es importante ahora pero sí lo era antes, antes de que robaras, de que tu ambición te llevara impávido por los caminos de la indiferencia hacia el prójimo.
Entonces, de manera imperceptible (porque al robar, te rodeas entre muelles, fortalezas, escudos, almohadas y castillos de aire de comodidad) adviertes que algo en tu entorno no cuadra, que ya, claro, tienes muchas cosas, que no te merecías, pero algo empieza a picarte, tus conductos internos son surcados por hormiguitas que bailan tu música, pero te pican.
Entonces tienes que hacer castillos más grandes y solicitar un sitio, un hueco en aquellos lugares donde la gente no roba, porque es allí donde las cosas funcionan. No te gusta aquello que ofreces a los demás para ti mismo, te gusta estar y rodearte de cosas que se hacen con justicia, con dedicación, con esmero. Jamás vivirías en aquellos sitios que tú mismo desgastaste, tú mismo destruiste y ahora son infiernos, llamas, vegetaciones de espinas que lanzan metal y fuegos rápidos, no subes escalinatas donde de pronto puedan haber personas que creen que la vida suya y la tuya no valen nada, y no valen porque al robar, infeliz, lo devaluaste todo, no solo el billete con el que pagas al tipo que te cuida de la gente como tú, también a la gente con la que hablas, las calles por donde pasas, la patria en la que naciste, el paisaje, la vegetación, los techos de las casas, la comida que te comes, todo vale menos o nada, por ti.
Y lo peor es que has despertado una siniestra energía que hace a todo el mundo ser como tú.
Comentarios
Besos
Y que difícil es darle la vuelta a todo eso cuando los poderes del estado están en manos de corruptos...
Besos.