Escuché un sonido, unas voces diáfanas, cristalinas. Una mujer y hombre, evidentemente. Rieron. Yo supe con toda seguridad que eran ellos. Escuché mi nombre. A pesar de aquél miedo, me sentía hermosa en sus voces. Sabía que eran ellos, pero no importaba ya qué quisieran hacer de mí. Los sonidos de sus susurros eran celestiales, el sonar de la conversación hacía que todas mis terminaciones nerviosas se dispararan como cohetes artificiales. Estaba complacida. Me dormí plácidamente sin importar nada.
A la mañana siguiente al salir al trabajo observé un sobre de papel artesanal que habían deslizado por la rendija de mi puerta. Lo tomé y busqué inmediatamente el remitente, no tenía. Lo abrí con avidez, presentía que tenía que ver con ellos. No había ninguna carta, ninguna hoja de papel, tan sólo dos fotografías tipo carnet de dos niños pequeños. Aquello me pareció muy extraño. Eran dos niños muy hermosos. Tan hermosos como ángeles. Me quedé mirando las fotos por un largo rato. Eran ellos. La situación se me hizo demasiado enigmática ¿Para qué me perseguían? ¿Qué querían conseguir con aquél juego psicológico absurdo? ¿De dónde habían salido?
Estaba molesta, aquella situación no me estaba pareciendo graciosa. A pesar de toda la fascinación que me producían no me gustaba el juego. Decidí investigar con el portero. Tenía que preguntarle el porqué la seguridad del edificio había caído en semejante forma. Tenía que informarme por alguien más, otra persona, sin duda alguna, tenía que haberlos visto. Sin dilación salí enfurecida, dispuesta a insultar a quien hiciese falta. El portero, como era de esperar, no había oído ni visto ninguna pareja bien parecida entrar al edificio a ninguna hora. Sin embargo, me comentó que Juanito, el joven tímido y somnoliento que hacía las guardias de noche, le había comentado algo de una mujer muy hermosa, la más hermosa. Sin duda Juanito los había visto, pero se acababa de ir a su casa y yo no podía esperar ni un minuto, mucho menos un día entero para hablar con él. Le pedí la dirección a Esteban, el portero de la noche.
A la mañana siguiente al salir al trabajo observé un sobre de papel artesanal que habían deslizado por la rendija de mi puerta. Lo tomé y busqué inmediatamente el remitente, no tenía. Lo abrí con avidez, presentía que tenía que ver con ellos. No había ninguna carta, ninguna hoja de papel, tan sólo dos fotografías tipo carnet de dos niños pequeños. Aquello me pareció muy extraño. Eran dos niños muy hermosos. Tan hermosos como ángeles. Me quedé mirando las fotos por un largo rato. Eran ellos. La situación se me hizo demasiado enigmática ¿Para qué me perseguían? ¿Qué querían conseguir con aquél juego psicológico absurdo? ¿De dónde habían salido?
Estaba molesta, aquella situación no me estaba pareciendo graciosa. A pesar de toda la fascinación que me producían no me gustaba el juego. Decidí investigar con el portero. Tenía que preguntarle el porqué la seguridad del edificio había caído en semejante forma. Tenía que informarme por alguien más, otra persona, sin duda alguna, tenía que haberlos visto. Sin dilación salí enfurecida, dispuesta a insultar a quien hiciese falta. El portero, como era de esperar, no había oído ni visto ninguna pareja bien parecida entrar al edificio a ninguna hora. Sin embargo, me comentó que Juanito, el joven tímido y somnoliento que hacía las guardias de noche, le había comentado algo de una mujer muy hermosa, la más hermosa. Sin duda Juanito los había visto, pero se acababa de ir a su casa y yo no podía esperar ni un minuto, mucho menos un día entero para hablar con él. Le pedí la dirección a Esteban, el portero de la noche.
Comentarios
La inquietud sigue.
Por aquí estoy pendiente.
Un abrazo
Un saludo!!!