Siempre me he interesado por la vida de los viejos, los últimos acólitos de la vieja humanidad. Sus surcos profundos, sus manos melladas, sus ojos vidriosos donde confluyen superpuestas las capas de antológicas visiones.
De los viejos que he conocido la mayoría ha muerto y esto ha sucedido tal vez porque yo misma voy envejeciendo y aquellos que eran viejos en los comienzos de mi vida han declinado finalmente, rindiéndose ante el paso de los días, del tiempo.
Hace tiempo pensé que sería hermoso regalar a cualquier viejo una pecera con peces que vivieran tanto como ellos ( de 3 a 10 años). Un viejo es como un pez, o un perro, pero supongo que los peces, al ser más silenciosos son mejores compañeros, los viejos están metidos en sus asuntos y su debilidad muchas veces les impide desplegar la enérgica dinámica que requiere un can cualquiera. Los humanos aún jóvenes miramos a estos seres (peces, perros, viejos) sabiendo secretamente la fragilidad de su vida. Morirán. Morirán como todos, pero la diferencia entre ellos y nosotros ( y eso esperan los humanos aún jóvenes que ocurra) es que veremos cómo lo hacen, cómo pasan de esta dimensión terrestre, gastando finalmente el templo finito del cuerpo.
Me gusta leer en mis ratos libres libros sobre tarot. Tengo tres masos de barajas y últimamente he estado estudiando las cartas de acuerdo a los colores en los trajes que utilizan los personajes. He pensado en los viejos míos, los que ya han muerto, y cómo cuando estaban terminando su presencia en la tierra, aún conscientes de que esta posibilidad estaba vedada, esperaban vivir más . Viví con ellos el deshaucio de los médicos y viví mi propia lectura de cartas sobre su destino. Y estas cartas que a nadie le dolían porque todos pensaban que los viejos ya debían morirse, me dolieron a mí, a mí particularmente, porque siempre he creído que los sentimientos son distintos al desgaste del cuerpo, a los años.
Cuando mi abuela iba a morir eché el tarot para ella. Hice una tirada de tres cartas, supuse, sin equivocarme, que el tarot es comprensivo y responde de manera veraz a las preguntas importantes. Allí, ante mí estaban El loco, la Muerte y el Jucio. Estaba claro que había un viaje sin fin, un viaje sin regreso, y que la muerte suponía, no ese viaje y la muerte misma, sino el cambio de una dimensión a otra, el cambio del movimiento, del flujo de la sangre al estancamiento del todo. El juicio era finalmente el desenlace de la vida, el resultado de esa otra dimensión.Comprendí cuando vi estas tres cartas que mi abuela se iría pronto, viajaría infinitamente, a su pesar. Mantuve en secreto la lectura porque pensé que todos esperaban que aparecieran esas cartas, finalmente. Yo sin embargo, pensaba en su alma y su sentir, y sabía que ella no quería dejar nada, no quería que todo cesara.
Me he preguntado siempre cómo los viejos viven la violencia de la vejez, la revolución del enfrentamiento con la muerte, rendirte a tu pesar y resignarte.¿No sería mejor que esta etapa violenta pasara sin que pensásemos, sin que fuésemos capaces de entender, diluyéndonos simplemente, como un pincel muy mojado en contacto con la acuarela?La historia más veraz, la verdadera se saca hablando con ellos, ellos son los últimos, los que han vivido el tiempo más remoto, y siguen hablando porque están vivos, hablando a través de sus gargantas ajadas, sus narices crecidas, sus lenguas cansadas y torpes, su voz gangosa.
Me gusta pensarlos como seres solemnes, a quienes todo el mundo debe rendirles pleitesía, al fin al cabo, son los últimos hablantes, los del testigo final, los niños de aquellos siglos donde todos están muertos, ellos, a quienes debemos respetar.
De los viejos que he conocido la mayoría ha muerto y esto ha sucedido tal vez porque yo misma voy envejeciendo y aquellos que eran viejos en los comienzos de mi vida han declinado finalmente, rindiéndose ante el paso de los días, del tiempo.
Hace tiempo pensé que sería hermoso regalar a cualquier viejo una pecera con peces que vivieran tanto como ellos ( de 3 a 10 años). Un viejo es como un pez, o un perro, pero supongo que los peces, al ser más silenciosos son mejores compañeros, los viejos están metidos en sus asuntos y su debilidad muchas veces les impide desplegar la enérgica dinámica que requiere un can cualquiera. Los humanos aún jóvenes miramos a estos seres (peces, perros, viejos) sabiendo secretamente la fragilidad de su vida. Morirán. Morirán como todos, pero la diferencia entre ellos y nosotros ( y eso esperan los humanos aún jóvenes que ocurra) es que veremos cómo lo hacen, cómo pasan de esta dimensión terrestre, gastando finalmente el templo finito del cuerpo.
Me gusta leer en mis ratos libres libros sobre tarot. Tengo tres masos de barajas y últimamente he estado estudiando las cartas de acuerdo a los colores en los trajes que utilizan los personajes. He pensado en los viejos míos, los que ya han muerto, y cómo cuando estaban terminando su presencia en la tierra, aún conscientes de que esta posibilidad estaba vedada, esperaban vivir más . Viví con ellos el deshaucio de los médicos y viví mi propia lectura de cartas sobre su destino. Y estas cartas que a nadie le dolían porque todos pensaban que los viejos ya debían morirse, me dolieron a mí, a mí particularmente, porque siempre he creído que los sentimientos son distintos al desgaste del cuerpo, a los años.
Cuando mi abuela iba a morir eché el tarot para ella. Hice una tirada de tres cartas, supuse, sin equivocarme, que el tarot es comprensivo y responde de manera veraz a las preguntas importantes. Allí, ante mí estaban El loco, la Muerte y el Jucio. Estaba claro que había un viaje sin fin, un viaje sin regreso, y que la muerte suponía, no ese viaje y la muerte misma, sino el cambio de una dimensión a otra, el cambio del movimiento, del flujo de la sangre al estancamiento del todo. El juicio era finalmente el desenlace de la vida, el resultado de esa otra dimensión.Comprendí cuando vi estas tres cartas que mi abuela se iría pronto, viajaría infinitamente, a su pesar. Mantuve en secreto la lectura porque pensé que todos esperaban que aparecieran esas cartas, finalmente. Yo sin embargo, pensaba en su alma y su sentir, y sabía que ella no quería dejar nada, no quería que todo cesara.
Me he preguntado siempre cómo los viejos viven la violencia de la vejez, la revolución del enfrentamiento con la muerte, rendirte a tu pesar y resignarte.¿No sería mejor que esta etapa violenta pasara sin que pensásemos, sin que fuésemos capaces de entender, diluyéndonos simplemente, como un pincel muy mojado en contacto con la acuarela?La historia más veraz, la verdadera se saca hablando con ellos, ellos son los últimos, los que han vivido el tiempo más remoto, y siguen hablando porque están vivos, hablando a través de sus gargantas ajadas, sus narices crecidas, sus lenguas cansadas y torpes, su voz gangosa.
Me gusta pensarlos como seres solemnes, a quienes todo el mundo debe rendirles pleitesía, al fin al cabo, son los últimos hablantes, los del testigo final, los niños de aquellos siglos donde todos están muertos, ellos, a quienes debemos respetar.
Comentarios
b: la vejez tan vieja nos es dada por distintos factores externos. La peniciina por ejemplo. La expectativa de vida creció unos 29 años promedio. Es raro. Antes moriamos a los cincuenta sesenta y hoy casi que no nos consideramos ancianos a esa altura no? Uno de setenta era viejisimo. Pero bueno. Son cosas que se van dando. Lo importante es irse livianos. NO aferrarse a nada, dejarnos flotar sin tener cuentas pendientes que volver a saldar. La belleza del universo tiene que estar en todas partes, no solo delante de nuestros ojos. Todo es tan infinito, que no puede ser, que exista solo un lugar donde vivir y morir. Tiene que haber varios. Te mando un beso, mira todo lo que me hiciste pensar
un abraXo!
http://cuentosdensueno.blogspot.com
http://a212grados.blogspot.com
La mayoría muy mal.
Arrinconados o almacenados en residencias.
Delirando y sucumbiendo a los caprichos de la desmemoria.
Besos.