No sé realmente qué tal la pasan el resto de los inmigrantes del mundo, pero yo, a pesar de todo lo bueno que tengo, la estoy maltripeando a medida que pasan los años y yo sigo del otro lado de la orilla. No sé si este sentimiento de transitoriedad incómoda dure para siempre. Hay veces que me desespero, porque siento que me hace tanta falta hablar con mis padres, abrazarlos, al menos, y no puedo. La vida del inmigrante se teje con unos estambres de nostalgia e impotencia. No sé si esto sea igual para todas las personas que viven y sienten fuera de su tierra, para mí, se hace un poco más difícil porque entiendo que probablemente no haya posibilidad de regresar. Me gustaría hablar con aquellas personas que emigraron a otro país a partir los años sesenta, preguntarles qué se siente. Pero yo sé qué se siente, solo quiero espejarme, cuadrarme y verme con forma, sin distorsión desde el otro. Siento el miedo y un poco de rabia por entender secretamente que ese país de donde vengo es un patu...
Desde el 2006 abrí este blog. Lo he dejado y he vuelto, es como un familiar querido, existía antes de mis hijos. Escribiré reseñas de libros aquí porque con el tiempo me he dado cuenta del poder sanatorio y pacificador de los libros en mi vida. Si puedo ayudar a otros a recomendar lecturas, podré decir que algo ha valido la pena del esfuerzo de escribir y colgar cosas.