No quise decirme absolutamente nada luego de la visita, sencillamente me puse muy nerviosa. Fui hasta la cocina, tomé un vaso de agua fría y luego en el sofá traté de calmarme. Una vez relajada tomé el teléfono y llamé a Jonás, un buen y fiel amigo. Traté de comentarle la experiencia pero no sabía cómo explicarle las particulares características de los dos seres sin que él me tildara de idiota. Finalmente, omitiendo alguno que otro detalle, le solté la situación, advirtiendo que su reacción era de extrañeza y preocupación. Me dijo que debía decirle, de manera confidencial, cuánto dinero poseía. Yo no quería confesarle nada, puesto que aunque Jonás era un entrañable y fiel amigo, en aquellos momentos no confiaba en nadie. Sólo respondí a modo de broma que era la cantidad suficiente para atraer a presentables secuestradores. Rió nerviosamente y luego quiso que le confesara ciertas cosas de mi vida personal. Yo, como persona introvertida, solitaria y reservada, pocas veces tenía la disposición de ventilar mis secretos íntimos, mis anhelos, mis deseos y mis gustos románticos.
Era una persona sola, ya lo dije y lo sigo repitiendo y había en mi personalidad una inclinación elevada hacia la soledad. Yo sencillamente no recordaba haber tenido pasiones, ni vivencias extremas, mucho menos aventuras, infidelidades, diatribas románticas y qué cosas más sé yo. No tenía interés sino por los negocios y por la vista de mi ventana.
Jonás me aconsejó en la medida de sus posibilidades, lo vi preocupado y me ofreció sensiblemente su casa para poder resguardarme de cualquier posible situación peligrosa. Yo, por supuesto, rechacé el ofrecimiento; no podía de ninguna manera ir a molestar a su casa, con dos niños pequeños. El motivo de la visita de los dos personajes seguía existiendo, aquellos dos seres volverían y yo tendría que pensar en una manera de poder afrontar la situación ante ese nuevo encuentro.
Mis días posteriores transcurrieron con absoluta normalidad. Como siempre mi ajetreada vida me hizo alejar mi atención al evento del domingo. No obstante, llegado el sábado me puse muy inquieta porque ahora más que miedo tenía curiosidad. Llegó el domingo, nadie se presentó, nadie pasó por mi calle. Mi estado, es comprensible, era de extrema inquietud; me puse muy nerviosa, intranquila, caminaba de un lado a otro siempre viendo a través de la cortina hacia la calle.
Era una persona sola, ya lo dije y lo sigo repitiendo y había en mi personalidad una inclinación elevada hacia la soledad. Yo sencillamente no recordaba haber tenido pasiones, ni vivencias extremas, mucho menos aventuras, infidelidades, diatribas románticas y qué cosas más sé yo. No tenía interés sino por los negocios y por la vista de mi ventana.
Jonás me aconsejó en la medida de sus posibilidades, lo vi preocupado y me ofreció sensiblemente su casa para poder resguardarme de cualquier posible situación peligrosa. Yo, por supuesto, rechacé el ofrecimiento; no podía de ninguna manera ir a molestar a su casa, con dos niños pequeños. El motivo de la visita de los dos personajes seguía existiendo, aquellos dos seres volverían y yo tendría que pensar en una manera de poder afrontar la situación ante ese nuevo encuentro.
Mis días posteriores transcurrieron con absoluta normalidad. Como siempre mi ajetreada vida me hizo alejar mi atención al evento del domingo. No obstante, llegado el sábado me puse muy inquieta porque ahora más que miedo tenía curiosidad. Llegó el domingo, nadie se presentó, nadie pasó por mi calle. Mi estado, es comprensible, era de extrema inquietud; me puse muy nerviosa, intranquila, caminaba de un lado a otro siempre viendo a través de la cortina hacia la calle.
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Don Doc Petroff